Gio y el acto disidente de amarse

Erase una vez una niña que soñaba ser la desafortunada JonBenét Ramsey porque la gente a su alrededor y las novelas que tanto veía, le decían que las güeritas con ojos azules eras las hermosas y que les iba mejor. Todo el tiempo cargaba una libreta para escribir poemas y canciones de amor que la metían en problemas con sus papás porque les aterrorizaba la idea de un amor precoz. También dibujaba.

Gio dibujando en la mesa que su papá construyó. Foto: Cortesía Giovana Aviles.

Desde chiquita tenía ideas piradas. Una vez cuando jugaba con sus primos en la calle de su casa en la colonia San Francisco Culhuacan en el DF, abrió el tapón de gasolina de un carro estacionado y al mirar en el interior del tanque, vio el universo, el conjunto de cuerpos siderales danzando en el cosmos. Es probable que el vaho del hidrocarburo haya tenido algo que ver, pero sentía que si cantaba dirigiendo su voz al interior del tanque, el mundo entero podría escucharla. Ya sé, ta’ cabrón. Se “clavaba en la textura”.

Giovana la llamaron y era tan obstinada que una noche después de ver Marcelino Pan y Vino en el cine con sus padres, obligó al cura de la iglesia a que abriera las puertas de la parroquia para hacerle algunas preguntas a Dios… muy a la Jesse Custer.

Creció despreciando el matiz que enmascaraba su profunda hermosura; con complejos por exhibir un fenotipo autóctono; escuchando a Leo Dan, The Beatles, Zep y otras bandas porque su papá era rockero.

Gio confecciona sus diseños con material reciclado. Foto: Cortesía Giovana Aviles.

Gio no la tuvo fácil (eso no la hace especial, lo que si es cómo lo utilizó esas dificultades? A los seis años su padre se mudó a Estados Unidos a probar suerte.

Tres meses después ella, su hermano menor y su mamá con un bebé en el vientre cruzaron la frontera por Nogales. La van que las transportó las dejó en la Calle 7 y McDowell, donde antes del Chase había un Circle K.

Gio visitando el lugar donde creció en la Ciudad de México. Foto: Cortesía Giovana Aviles.

Al principio imitaba el inglés con el que sus primos se expresaban y sus compañeritos en Emerson Elementary le hacían bullying porque no pronunciaba bien las palabras o porque se estaba desarrollando muy pronto. También porque su papá le hacía vestir unos chalequitos que ella odiaba. Eso si, nunca le faltaron los Nike para estar bien fly.

Su papá era fashionable, ergo los chalequitos, las botitas y los sombreritos, pero a veces Gio no quería ponerse nada de lo que sus papá le decía y escondía las cosas.

Sin embargo, aprendió a combinar colores, elegir los zapatos (y chalecos) que le gustaban.

¿Qué tal el chalequito? Foto: Cortesía Giovana Aviles.

Cuando estaba en el 8vo grado y cuando por fin instalaron cable en su casa, descubrió The Fashion Channel y en ese momento decidió que lo que más le interesaba era la moda, estar involucrada en el show sobre la pasarela y ser como Gianni Versace.

Como si fuera la iglesia, Gio con religiosidad esperaba los domingos para que salga algún desfile y se explique el proceso de montar un show, ella tomaría apuntes y soñaría con alguna vez poder hacerlo como en la tele.

Alrededor de esa época, también tuvo su primera decepción al no poder participar del Hispanic Mother and Daughter Program de ASU, porque no tenía seguro social.

Siempre supo que era documentada, en algún momento años antes, cuando ella y su familia hablaban a México desde un teléfono público hackeado para que les de más tiempo, alguien gritó “¡la migra!” y ella junto a su familia se echaron a correr. Gio no comprendía por qué lo hacían, solo entendió que había que escapar cuando escuchara esas palabras.

Pero con el mismo tesón con el que insistió hasta que le abrieran la iglesia en medio de la noche, Gio buscó formas de capacitarse y en su último año de la preparatoria cursó clases de diseño en Metro Tech, ahí fue donde finalmente se encontró, donde comenzó a dejar de ser la niña avergonzada y retraída.

Continuó su camino y comenzó a tomar clases en Phoenix College aunque consideraba que las clases no eran muy chidas. Como la mayoría de sus amigos, sus sueños fueron truncados cuando la Prop. 300 fue aprobada incrementando la colegiatura para estudiantes indocumentados. Mandó todo a la mierda y comenzó a trabajar con coaliciones locales y nacionales para buscar la aprobación del DREAM Act y posteriormente DACA.

Haciendo lo que mejor sabe hacer, ¡resistir! Foto: Cortesía Giovana Aviles.

Todas sus frustraciones por la lucha contra un sistema enculado con hacerle la vida imposible (a ella y a miles de estudiantes indocumentados), fue canalizada a través del arte y participó en producciones teatrales; también continuó escribiendo y diseñando.

También trabajó para ayudar con la economía familiar e hizo todo tipo de trabajos, desde mesera, pasando por personal de limpieza en resorts y hasta en una compañía de préstamos y a pesar de no tener seguro, también en Macy’s. Esta última chamba valió pito en unos cuantos meses porque tenía que demostrar elegibilidad para trabajar en el país.

Luego de un tiempo una amiga que instruía a modelos le pidió que le diseñara unos looks pero tenían que ser confeccionarlos con materiales reciclados. Gio tomó el desafío logrando impresionarse a ella misma con los resultados. Poco después le invitaron a participar como diseñadora para un desfile de modas en Stylos, un evento cultural que buscaba resaltar el talento local en diversas áreas y esto le abrió las puertas para otras producciones relacionadas con modas e incluso montó su primer show en el 2013.

Exposición montada por Gio en ALAC (Arizona Latino Arts and Cultural Center) en 2013. Foto: Cortesía Giovana Aviles.

A Gio ya no le enervó el color de su piel y dejó de cuestionar porqué es tan oscura, descubrió que el amor propio es un acto disidente y que esto es más que filosofía tuiteresca. Gracias al ejemplo de mujeres de color como Selena y J-Lo aprendió a aceptar su cuerpo, las líneas que le componen y la lindura con la que sus raíces se expresan en sus facciones.

Precisamente por esto es que decidió formar parte de una exhibición colectiva con artistas latinas en The Sagrado Gallery, porque siente que al exponer su historia otras mujeres pueden cambiar la percepción sobre sus propios cuerpos y quienes son. Siente que si ella comparte sus adversidades y cómo las superó, también pueden encontrarse.

Más te vale ir a ver este show.

Gio ya no quiere ser rubiecita como a la que le canta Leo Dan, no quiere ser delgada o regirse bajo cánones de belleza dictados por los medios. Está cansada de que otra gente se apropie de las historias de personas de color y que las cuenten como si fueran propias; cree que las personas deberían narrar sus historias para que otros no lo hagan por ellas.

Gio y la artista Betsabeé Romero en la recepción de un proyecto colaborativo con otros artistas Phoenikerxs. Foto: Alonso Parra/Lamp Left Media.

Siente que sus adversidades y luchas la han hecho como es, sin ellas no sería Gio…lo que ella percibió como obstáculos, ahora son su fuente de fortaleza.

Esa niña que creía que el mundo entero la escucharía si cantaba dentro del tanque de gasolina, experimenta con distintos medios artísticos, está siendo escuchada; le gustaría que otras voces también los sean y que más artistas locales puedan ocupar espacios en museos en La Phoenikera. Y tiene razón, no es posible que no haya un museo en Phoenix con una colección permanente de artistas locales.

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